NÚMERO 9

     

MATTEO MARZOTTO:
AMOR INFINITO

Sonia Sbolzani

 

“Los Dolomitas son el verdadero amor de mi vida, desde siempre he estado perdidamente enamorado”. Es lo que nos confiesa Matteo Marzotto, presidente del ENIT- agencia nacional de turismo, cuando le pedimos que nos hable de los Dolomitas. El ENIT, activo en la promoción del turismo en el extranjero, está desde siempre ligado al desarrollo de iniciativas destinadas a dar a conocer los recursos naturales, medioambientales, históricos, culturales y artísticos de nuestro país, comunicar su valor al mundo, y proveer al mismo tiempo, de servicios a las agencias de viaje.
Pero las especiales palabras de Marzotto al hablar de los “Montes Pálidos” no están dictadas únicamente por razones profesionales. Como él mismo explica, este sentimiento se alimenta de experiencias de vida personales: “He crecido entre Portoguaro y Cortia y el recuerdo de esos largos paseos, de los recorridos en bicicleta y de esos descensos esquiando, al finalizar el instituto, aún me emocionan”. Es tan cierto que “en cuanto mi trabajo me lo permite, me sumerjo en este entorno único en el mundo, en el que se está en estrecho contacto con lo infinito”.
De hecho, hablar de lo infinito no tiene nada de retórico cuando nos referimos a los Dolomitas, es decir, a un paisaje único que logra hacernos percibir la inmensidad del tiempo y el espacio. (“¿Son piedras o solamente nubes? ¿Son reales o un sueño?” se preguntaba Dino Buzzati). La decisión de la Unesco, que en Junio del 2009 los ha colocado entre las cimas más bellas del mundo al declararlas Patrimonio de la Humnanidad, inspiran a Marzotto un deseo que traduce con todo su afecto y su respeto casi “paternal” por estas cumbres: “He deseado que pudiesen ser visitados con la mirada nueva y el respeto aún mayor dado a todo lo que es único y precioso, una herencia que hemos recibido y debemos considerar como una oportunidad excepcional para valorar el entorno en su especificidad”.
Como presidente del ENIT, no pierde la oportunidad de declarar: “La fuerza de nuestro país, en términos de turismo, está ligada, por una parte, a aquello que es ventajoso desde el punto de vista medioambiental: entre lo que se puede nombrar sus espléndidos paisajes, lugares únicos, en suma es un país muy bello en términos naturales, una naturaleza a la que se añade una riqueza de tipo cultural que le respalda. Por otra parte, siempre se ha admirado el estilo de vida italiano.
Matteo Marzotto, que es también uno de los más célebres empresarios del mundo de la moda (sólo hay que citar, a parte de los negocios familiares, la casa de Valentino y Madeleine Vionnet), y siempre ha sido un gran aficionado al deporte, que ha sido “formado”  por la propia montaña. De hecho, como relata en su reciente libro, “Volar alto” (Mondadori, 2009), “soñar, pero con una base de racionalidad es el código de conducta sobre el que me apoyo. Me he formado a partir de mi práctica deportiva, durante mis años de instituto, tras mi retorno a Cortina... Todas las personas son capaces de hacer casi todo, si están dispuestas a implicarse y hacer los esfuerzos necesarios”.
Por otra parte, está habituado a “entrenar sus pulmones” en los Dolomitas, como gran apasionado del ciclismo, capaz de desplazarse más de 5000 km al año sobre su sillín (la ruta de 127 km de Bobbiaco a Val Badia o el ascenso a las tres cimas de Lavaredo forman parte de sus recorridos preferidos): una experiencia tan intensa que implica cuerpo, espíritu y alma.
Es por el esfuerzo y la ensoñación, que ha aprendido, de manera natural, de la propia naturaleza que se hizo montaña siendo mar, la existencia de un reino salvaje y aún nuevo, que abre su alma al descubrimiento, a lo desconocido, al más allá. Marzotto, a quien le gusta definirse como un montañero veneciano, de una región entre Trofane y Cristallo, Corda da Lago y Sorapis, ha venido más de diez años a Cortina (durante su infancia, así como parte de la adolescencia) y sigue encontrando, aún ahora, muchos secretos y encantamientos propios de esta zona entre Venecia y el Trentino Alto Adige, de sus diversiones y tradiciones, del arte a la gastronomía ( a propósito de mamma Marta, no se cansa de repetir que el lugar donde mejor se come en Cortina es... en su casa). Sí, porque se hace evidente que ama también la “civilización” de los Dolomitas, con sus fuertes principios, sus “genios locales” que hacen convivir en la misma porción de tierra rocosa diversas lenguas y culturas.
No es por casualidad, que cuando se trata de defender el espíritu propio de este enclave, Matteo Marzotto está siempre en primera línea, tomando posición contra todo el que pretenda estropear un paisaje, toda estupidez o intervención estética que, en aras de la modernidad, destruye un mundo dotado de un valor histórico (hace recordar, por ejemplo, su firme crítica del gran proyecto periférico destinado a resolver el problema del tráfico: “no se utilizan cañones para matar mosquitos”, comenta con brillantez). Si es cierto que es irracional oponerse a las mutaciones exigidas por el progreso, no es menos cierto que, a pesar del turismo de masas, cierto estilo de vida debe resistir, y con él la sublime belleza, los oasis luminosos de silencio, el sentimiento de felicidad que ofrecen los “Montes Pálidos” (para percibirla por un momento basta pensar en la maravillosa descripción de las vistas de Ampezzo, que escribe Goffredo en su primer “Syllabaire”, citando “ extensiones de nieve donde los esquís se deslizan por el manto fresco y donde los gamuzas sorprendidos y de músculos ágiles era como si volasen sobre las rocas que afloraban entre los pinos y los abetos”.)
En definitiva, hay un turismo de montaña sostenible en el que pensaba ya el padre Gaetano, que como empresario clarividente había comprendido el potencial que el Alto Vicentino, veía en términos de turismo potencial. Como explica Matteo en “Volar Alto”, “tras los años 20 del siglo XIX los Marzotto dirigían un hotel  sobre la ruta Recoara... Después, tras la segunda guerra mundial, mi padre proyecta una gran cadena de hoteles”.
Marzotto ha afirmado en más de una ocasión, como muestra de la embriaguez paradisiaca cuando ve los Dolomitas, que “únicos y magníficos” le hacen “sentirse en casa”. Puede ser porque saben provocar un emoción, como una dulce música que nos reconcilia con nosotros mismos y con el mundo.
Como él bien sabe, hay un verdadero trozo de eternidad en la visión de las gemas que coronan la Cortina, esta unión perdida que puede hacernos recobrar el sentido de la vida.
Los Dolomitas, como metáfora de la existencia: fantástica y a la que no se puede renunciar, colmada de pasajes difíciles, a veces insuperables. Pero, sea cual sea la que uno elija, digna de ser probada.

 
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