VAMOS TODOS A ESQUIAR...¿ O NO?

Sonia Sbolzani

Dibujos de Juan Kalvellido

 

Adoro esquiar....¡He cambiado de opinión!
Pensará que está escuchando de nuevo aquella famosa nota publicitaria de bisutería con Francesca Neri, pero estamos en un contexto totalmente diferente, conectado con las montañas, la nieve, el esquí.
Esquiar es maravilloso, como bien sabe quien practica este deporte, aunque sea unos pocos días, incluso horas, al año.
El escritor Dino Buzzati, en un divertido artículo publicado en el Europeo hace unos diez años, diferenciaba el placer de esquiar en dos grandes categorías: las predecibles y las impredecibles.
Entre las primeras podíamos encontrar:
1) propiamente la decisión de ir a esquiar, siempre que sea bien programada ("con fecha precisa, destino, hotel o, mejor aún, casa de amigos multimillionarios");
2) la espera de la partida ( el "mejor momento", sin duda);
3) La búsqueda y adquisición del equipamiento (un "deporte excitante" por sí mismo), que requiere cierta inversión en cuanto a tiempo y dinero, teniendo en cuenta que la moda, por un lado, y el progreso, por el otro, exigen frecuentes incrementos, cambios y sustituciones ("Debes recordar -escribe agudo Buzzati- que desagradan todos los productos industriales cuyos métodos de producción han mejorado y, por tanto, se abaratan cada año: esquíes y botas son cada año más caros; esto se debe a que el progresivo perfeccionamiento requiere materiales y mecanismos cada vez más complicados"; aún, el autor apunta irónicamente: "Si el precio de los esquíes y botas, aún en aumento, disminuyese sin mesura, el propio deporte se vería ridiculizado en sí mismo");
4) los preparativos en casa, que consisten en hacer las maletas y cargar el coche a media tarde (de forma que "cuando la gente pasa con prisa... mira, observa y envidia. ¿No es estupendo?");
5) el viaje (que Buzzati cínicamente auspicia "rodeado de niebla y posiblemente de grandes bloques de hielo") y la intimidad en el coche;
6) el repentino blanquear de la nieve en la primera oscuridad y, después, la aparición a lo lejos de las luces del gran hotel;
7) alojarse en un hotel con clase y disfrutar de sus prestaciones;
8) despertarse la mañana siguiente con la vista, a través de la ventana, de las blancas montañas bañadas por el sol;
9) la vestimenta del esquiador, emocionante como la de un torero;
10) la multitud, no sin cierta ansiedad, en los ascensos a las pistas y las respectivas colas;
11) el espectáculo, mientras se sale, de las pistas allá abajo ("y esos puntitos negros que descienden en zig-zag: seguro que nosotros lo haremos definitivamente mejor");
12)finalmente el retorno, cuando del fondo del valle salgan las primeras sombras de la noche, todos colmados por esa deliciosa sensación de agotamiento que sólo una taza de té y un baño caliente pueden aliviar (y qué decir de "aquel sueño a las siete de la tarde, el más maravilloso en la vida").
La lista podría continuar, como es obvio, pero terminamos aquí para mencionar finalmente los placeres inciertos del esquí. Mirado de cerca sólo existe una cosa: el descenso. Rápidamente nos vamos a ver por qué es impredecible:
1) quizá el tiempo sea malo;
2) la pista no esté lisa;
3) la nieve no esté en buenas condiciones;
4) las botas nos hagan daño;
5) nuestros compañeros esquíen mejor que nosotros;
6) los esquíes no sean apropiados para la nieve;
7) venga tormenta;
8) nuestras piernas ya no nos sostengan

Pero, como apunta Buzzati, hay un modo para evitar las desilusiones, o llegar al final de la bajada en el menor tiempo posible: ¡¡¡eliminar el propio descenso!!!
"Y en vez de poner en peligro tus tibias y caerte, puedes disfrutar los beneficios del sol con una manta sobre tus rodillas, mientras los otros idiotas se precipitan por la pista jugándose el cuello" concluye irónico el escritor, que entonces era un experto alpinista y esquiador.

Admitámoslo: Buzzati no está precisamente equivocado al estigmatizar, aunque de forma indirecta, la degeneración y los excesos del mundo del esquí de masa, cada vez más visto como un fenómeno de moda y de status symbol, y cada vez menos como un deporte saludable que enseña a amar y a respetar la montaña. Aunque es verdad que, si se elige el contexto justo, en términos de lugar, tiempo, compañía, disposición de ánimo, incluso la conciencia del propio límite humano y técnico, se puede realmente practicar un esquí sin incertidumbres, que está cercano a la naturaleza, a la belleza y al verdadero alma de las cosas y de nosotros mismos.

Luego, volviendo a las palabras del comienzo, como Francesca Neri quería, terminaré exclamando: "Odio esquiar... ¡He cambiado de idea!".

 

 
 
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