Sumario

 

 

 

 

ESPERANDO EL INVIERNO

 
 

Introducción, adaptación y explicación del trabajo por Cristina Maffei Suomi
Traducido desde el finlandes por Rosella  Daghetti

Relato escrito por Mary Turunen (12 años)
 
 

 

Para la autora Rosetta Loi, el arte de escribir “permite recuperar cosas que parecían perdidas para siempre”. Esto es especialmente significante cuando la autora en cuestión es una pequeña niña que nunca ha experimentado lo que sus historias narran, sino que describe situaciones que sólo ha podido oír de los adultos  - probablemente de sus abuelos que le cuentan anécdotas que sucedieron a otras personas hace mucho, mucho tiempo.
La memoria modela nuestras vivencias y nos permite recrear situaciones que ocurrieron en un tiempo muy distante del pasado y las cuales no pueden experimentarse en la vida real; esta es exactamente la razón por la cual son tan fascinantes, nos provocan fuertes emociones y el deseo de que estos acontecimientos no sean olvidados. Circunstancias muy similares se han dado a menudo en tierras diferentes, muy distantes geográficamente unas de otras, pero muy parecidas en su manera de enfrentarse a la vida, luchando con los problemas y aprovechando los regalos que la naturaleza les brinda para la supervivencia.
En regiones similares abrasadas por el frío gélido, la gente reacciona de igual forma, compartiendo y empleando las mismas tácticas que les permiten permanecer en el lugar donde han nacido, para evitarles tener que huir hacia lo desconocido, quizá terreno más hostil que el de su tierra nativa.
En esta historia, cada idea es un paso atrás en el tiempo, un peldaño en la escalera de la memoria, por la que alcanzamos la cima refrescante, más completa y preparada para la aventura de la vida, un patrón que se repetirá eternamente en lugares separados por miles de millas.

 

El cortante frío pellizcaba las mejillas de Viljo mientras éste intentaba con todas sus fuerzas partir un tronco de abedul. Era un trabajo cansado, sentía los dedos de los pies congelados por el frío en sus virsut, pero tenía que trocear la madera para tenerla almacenada contra las frías noches de invierno que pronto vendrían. La hoja del hacha estaba desafilada, lo que no ayudaba realmente y, además, después de dos horas de trabajo, Viljo sentía la necesidad de un descanso. Cargó la pila de madera en su trineo y entre las ramas se escuchaba a Rusko, su caballo finlandés, que relinchaba calmadamente. Viljo pensó que el caballo también necesitaba un poco de heno.

“ ¡Arre, viejo muchacho, eso es!” Viljo decía envalentonando a Rusko, cerca de las afueras de la ciudad. El viento gélido le escocía en los ojos, afortunadamente había una piel cálida en el trineo, la piel de un oso que su hermano mayor había cazado hacía tiempo en el bosque. Blanco por la nieve, el bosque resultaba maravilloso y Viljo vio algún venado mordisqueando la corteza de los árboles para comer. La vida tampoco era fácil para ellos...
Pronto pudo avistar la ciudad y Rusko avivó el paso. Una bandada de cuervos estaba picoteando del grano que alguien había arrojado.  Levantó el vuelo, surcando el aire al tiempo que el trineo se aproximaba, para un momento después volver al estupendo banquete. 

“¡Aquí viene nuestro joven Viljo! ¡Ha sabido orientarse en el camino de regreso! Los viejos sabíamos que volvería”, dijo Grandpa Severi, que estaba sentado en un tronco de abedul contra la valla al lado del camino. Viljo frenó a Rusko y le soltó en el campo junto con los otros caballos. Sus vecinos, Kalle y Juho, los mejores cortadores de cortezas del oficio, llevaban sobre la cabeza sus sombreros de piel y en los pies sus virsut, era laborioso arrancar las cortezas  de algunos troncos. El aroma de Korvike y pettuleipä flotaba desde la cabaña construida provisionalmente. En el campo un grupo de hombres estaban despellejando un zorro y una liebre frescos, la recompensa de un cazador en el bosque. En el mercado, el próximo verano, junto con los lucios, las pieles serían muy codiciadas, especialmente por los extranjeros. Todo tipo de gente venía al mercado, incluso del lejano Sur, hombres de raza negra con especias y tejidos, que vendían a las mujeres todo lo que pudiesen imaginar. Pero el verano se fue, muy lejos, y ahora todos tenían que trabajar duro.
Otras dos piezas de madera aún tenían que traerse de vuelta hoy. Con su estómago rugiendo, Viljo fue a tomar su cena a la cabaña, donde Tavetti estaba todavía sentado mascando pettuleipä. ¡Eh, Viljo ha decidido venir al calor y comer algo! ¡Hilmo, trae a este hombrecito una copa de korvike!” Tavetti llamó a la camarera que corrió a servir a Viljo. Viljo sorbió su bebida caliente. Sabía amarga, pero los tiempos eran duros y había que conformase con lo que había. Tavetti le pasó a Viljo el canasto del pan. Aún estaba lleno de pettuleipä y Viljo encantado tomo algo para llenar su estómago vacío.  La pettuleipä no te daba mucha energía y no quitaba el hambre, pero era suficiente entonces.

“¿Cuántas piezas de madera has cortado hoy? ¿Tendremos suficiente puupäreet para vernos en las noches oscuras?” Preguntó Tavetti.

“Hay mucha puupäreet. Debería ser suficiente para darnos luz durante seis meses, pero esta madera de aquí es para mantener el fuego, más que nada”, respondió Viljo, zampándose su pan. Tavetti le dio una palmada en la espalda y sonrió.

“Ahora tengo que volver rápidamente al trabajo. La señora dijo que había dos sacos de cebada que llevar al granero. Tengo que volver. Hay trabajo por hacer...”
Cuando Wilhelmiina, la dueña de la casa, quitó la tapa de la tinaja para hacer mantequilla, el olor a leche agria se apoderó de toda la gran cocina. El agriado de la leche había salido bien y estaba lista para colocarse en la mesa para la cena. La masa de las gachas había sido preparada hirviendo sobre el hornillo. Tres hogazas de pan de centeno estaban alineadas en la barandilla desde el techo y al chiquitín, un niño de dos años, lo habían metido en el parquecito para asegurarse de que no se quemara los dedos al tocar las gachas: era su comida favorita. La sockerisakset estaba en la mesa y debajo la tinaja de la leche, que no había sido usada durante meses, porque las vacas habían dejado de dar leche  tan pronto como las primeras heladas habían llegado. Esa era la razón por la que la leche estaba agria, para que pudiese conservarse bien y ser usada más tarde.  Sobre la chimenea colgaba la enorme pala del pan y en la jarra de la cubertería estaban las cucharas que correspondían a cada miembro de la casa. El habitual olor del rukki venía del salón. Alli, la asistenta, estaba trabajando con la última lana del verano. Primero tenían que cardarse en suaves nubes preparadas para hilarlas. Alli cantaba para sí misma: una suave y calmada nana que había oído a la dueña cantar mientras acunaba a Liisa.

Todos los suelos de la casa estaban helados, excepto el de la cocina, y había que utilizar calcetines de lana si no se quería coger un resfriado. Los calcetines sólo se podían hacer de lana y antes la lana tenía que ser cardada y luego tensada y ¿quién podía tensarla y hacerla ovillos si no tenía una asistenta? Alli estaba encantada de poder ayudar a otras personas y hacer un trabajo útil. Por esa razón ella siempre cantaba.

“Alli, Alli”, Alli escuchó a la dueña llamándola desde la gran cocina.
Alli se levantó, dejó el huso donde estaba y se fue de camino a la cocina.
“Ve y trae a Viljo del bosque. Ya ha sido trabajo bastante para un chico de diecisiete años.” Alli asintió con la cabeza, se echó una ligera chaqueta sobre los hombros, abrió el cerrojo y salió con decisión fuera, al frío.

 

Esta historia es parte de un libro llamado “Nuove storie per antiche leggende” (Nuevas historias de viejas leyendas), resultado de un proyecto conjunto entre Italia y Finlandia. La propuesta de un esfuerzo común sirve para avivar los intercambios entre los dos países en varios aspectos interesantes de la cultura, en particular para promover la  naturaleza propia de cada lugar, para redrescubrir las raíces culturales y tomar un nuevo punto de vista de las viejas leyendas. En la historia encontramos objetos y comidas que son similares para ambas, que fueron utilizados habitualmente en los valles de Italia y que el ingenio humano ha inventado, como si tuviese un cerebro común, preparado para  desenvolverse en una naturaleza adversa, pero siempre maestra de la vida.

 

 

Virsut: zapatos de corteza de abedul forrados con heno para proteger del frío.
Petuleipä: pan hecho de “harina” de corteza de pino, con la parte harinosa que se encuentra en su corteza. El pan de centeno se hacía en grandes hogazas con un agujero en el centro para que se pudiese colgar en una barra del techo. Esto permitía su secado, una cierta salubridad, y mantenerlo alejado de los animales.
Korvike: sucedáneo del café. Para las clases más pobres la adquisición del café tenía un costo demasiado elevado y en su lugar, por no renunciar a una bebida caliente y estimulante, se usaban  las hierbas disponibles en el bosque o en los campos. El café de achicoria se obtenía de las raíces de las plantas secas, tostadas y finamente machacadas.
En la montaña trentina y con un procedimiento similar se obtenía el café d’orzo que con el pan y la leche constituía el desayuno tradicional. Un ritual casi diario era el tueste del “café”, ya fuera del fuego, se movía lentamente en la sartén sobre las brasas.
Puupaäret: astillas de madera. En una época en la que la luz no era una comodidad garantizada se hacían pequeñas piezas de madera que servían para aportar una débil iluminación.
Sokerisakset: Pequeñas raciones de azúcar. El azúcar era un preciado producto que se vendía a veces en pequeñas cantidades.
Rukki: huso. Instrumento para estirar la lana, su uso estaba extendido en todo la región Alpina.

 

 
   

 

 

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