Sumario3

 

 

 

Un soplo de magia

Cristina Maffei Suomi

 
 

 

Hay recuerdos que están estrechamente ligados a nuestra infancia, que tienen para nosotros un profundo significado aunque hayan estado relegados en el olvido durante largo tiempo. Los lugares donde ha trascurrido nuestra primera infancia dejan un sello indeleble en nuestra mente; son las raíces a las que regresamos a menudo en momentos de dificultad y tristeza, pero  también en aquellos de felicidad y calma.
La paz y la serenidad que respiramos en estos lugares nos elevan a un estado de felicidad tal, que amplía nuestra percepción emotiva, regenera nuestra mente, origina  verdaderas vivencias de creatividad intelectual, manual y lúdica.
Precisamente es esta capacidad de crear cualquier cosa de un soplo de vida la que imaginaba de niña, cuando deambulaba en el sendero de la Antica Vetrería.
Sentía a mi alrededor la presencia tangible de las personas que habían animado este rincón del bosque y los visualizaba en sus tareas cotidianas de la vieja Fábrica de Cristal.
Del horno al molino les observaba, cada uno con sus particulares gestos, hechos con la finalidad de crear un objeto casi mágico, fruto de manos hábiles y de mentes inspiradas.
Mis ojos de niña se embelesaban con la magia del cristal, incomprensible milagro de la creatividad del hombre. Mi imaginación volaba libre, dando rienda suelta a mis deseos, que en la amalgama incandescente se plasmaban en formas irreales, fantásticas, a veces grotescas, que luego pululaban en mis sueños infantiles.
En aquellos momentos sentía que flotaba suspendida en aquel mundo antiguo, construido con pocas certezas, pero con mucha esperanza. Deseaba ser una de ellos, una habitante de este bosque encantado, entraba en casa del gerente y escuchaba la algarabía de las mujeres, trepaba por las escaleras hasta el primer piso y me unía al alegre juego de los niños.
Esta micro-sociedad, que representaba una sólida realidad en el arte del fundido y soplado del vidrio, era para mí fuente de inspiración, daba salida al profundo deseo de fantasía que sólo en aquel lugar silencioso y evocador encontraba su natural expresión.
Entonces sentía sobre mí la ligereza de la energía de la vida, pero sin poder jamás tocarla, invocada pero jamás vista.  Aún hoy me asalta el deseo de  volver sobre mis pasos de niña, vagar por aquel bosque, no ya  en busca de sensaciones fantásticas sino de aquel profundo sentimiento de plenitud y satisfacción interior, el cual todos anhelamos y que a menudo está tan cerca de nosotros.

 

 

 

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